Corroes corazones como la sosa cáustica.
Y almas como el ácido sulfúrico.
Eres la flor del mal.
Eres la fruta prohibida.
Y, aunque seas mi antídoto,
te pagaré con la misma moneda.
Sólo me rebajaré a tu nivel una vez, sólo una;
para decirte, despacio, sílaba por sílaba, "adiós,
amado veneno que corriste por mis venas".
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